17.6.07

Una de cuentos - Capítulo I

Érase una vez un ogro llamado Gluteos. Lo cierto es que pocos querían a este ogro en el majestuoso reino de Mediocridia, una pequeña y bonita isla del mediterráneo revestida de árboles frutales y majestuosos lagos de agua cristalina, debido a sus indisciminadas e incesantes críticas que muchos tildaban de auténticos falsos reproches. Era pues Mediocridia un lugar tranquilo y apacible donde la gente (de bien) vivía sin más problemas que los estrictamente cotidianos, propios de una coexistencia entre vecinos no demasiado afectuosa, aunque cercana al fin y al cabo.


Los pocos enfrentamientos que amenazaban con desestabilizar el armonioso "coto" de prosperidad (como así lo autoproclamaba el propio pueblo mediocridense) se zanjaban por medio de dictámenes "judiciales" elaborados por el flamante rey Te.Uve, rey que alardeaba con orgullo de no haber tocado jamás un sólo libro de Derecho o Filosofía ya que a base de escuchar las costumbres y demás vicios del pueblo había alcanzado, decía él, un nivel magistral de entendimiento que ni la más erúdita de las Leyes alcanzaría jamás. Al pueblo hay que darle lo que pide el pueblo, rezaban sus dictámenes a modo de conclusión. El caso es que la gente creía en él y en sus dictámenes hasta tal punto que un día, en un ataque de fogosidad colectiva, los mediocrenses quemaron todos y cada uno de los libros de la Biblioteca de Mediocridia, así, se dijo, "todos los mediocridenses seremos realmente iguales: los libros nunca nos hicieron falta".


Gluteos por su parte, no sabía de dictámenes ni de leyes, ni tan siquiera de pleitos más o menos formales ya que los únicos enfrentamientos que él coprotagonizaba eran estrictamente coyunturales y más bien verbales e informales: un "ogro cabrón, vete ya de aquí y dejanos vivir en paz" o un socorrido y sencillo "bastardo cabrón" bastaban para zanjar los "conflictos" que por otra parte y a diferencia del resto de mediocridenses que no solían tener disputas (no olvidemos que nuestro ogro también era un auténtico ciudadano mediocridense) Gluteos las experimentaba casi a diario, aunque muy a su pesar... La verdad es que el ogro conocía bien las razones de su desafortunada e irreconciliable relación con el pueblo mediocridense y no era debido a la naturaleza recriminatoria de sus comentarios como algunos querían dar a entender precisamente, se debía simple y llanamente a que Gluteos hablaba de cosas que todos comprendían pero ninguno compartía, y ninguno lo compartía porque a su vez ninguno lo decía. Lo que el pobre infeliz no sabía es que no todo el mundo lo menospreciaba o en su defecto, evitaba, sorprendentemente, a la mayoría de los niños del reino de Mediocridia les encantaba escuchar lo que él decía aunque lo hacían a través de la boca de sus propios padres que discutían ya en su hogares y a buen resguardo lo que el ogro les decía y castigaban a sus hijos por repetir esas "mentiras".
continuará...
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